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SEVILLA FC | Los comienzos |

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Como sucedió en la mayor parte de las ciudades españolas, el fútbol fue entrando poco a poco en el tejido social de Sevilla. Y, como en todas partes, aquellos “benditos chalados” pasaron su particular “via crucis” hasta conseguir que aquella forma tan peculiar de hacer deporte –“son cuatro locos”, decía despectiva la gente, “que se ponen a correr en pantalón corto detrás de una bola”. El fútbol, en España, había entrado por Huelva, donde los empleados ingleses de las minas de Río tinto practicaban aquel “extraño” juego que consistía en darle puntapiés a una pelota hasta conseguir hacerla pasar bajo un marco de madera. Los ingleses, que hacía ya años habían unificado criterios y reglas sobre aquel deporte –llamado “football” y que en España se tradujo fácil y de inmediato: fútbol-, fueron quienes, poco a poco de forma imparable llevaron el balompié (esa era la traducción literal de la palabra inglesa) a todas las capas sociales de nuestra sociedad. LOS PRECURSORES Aunque la historia nos dice que los “cuatro chalados” que dieron las primeras patadas a una pelota en la tierra de Sevilla fueron cuatro ciudadanos ingleses, tal vez marineros, que respondían a estos apellidos: Landon, Hamik, Word y MacKenzie, hubo un antecedente. Fue en 1890 y cuentan las crónicas que aquel primer encuentro, disputado en la Dehesa de Tablada, enfrentó a un equipo, también inglés, de Huelva, el Recreation Club, el decano del fútbol español. Ganaron los sevillanos por 2-0. Queden para el recuerdo los nombres de aquellos “sevillanos” britanizados: Macoll, Logan, Stroulger, Rikson, Auindall, Mandi, White, Welton, Greig, Stugart y Nicholson. En los dos años siguientes se jugarían otros dos encuentros, uno en Huelva y otro en Sevilla, ambos con triunfo de los “onubenses”.Pero volvamos a nuestros “cuatro chalados”. Según parece, en los últimos albores del siglo XIX, se juntaban para jugar al fútbol en un terreno que había junto a una fábrica de vidrio en la Trinidad. A ellos se les unieron los jóvenes de una familia de origen francés, los Peyré. Poco a poco, primero como curiosidad y luego, picados en su amor propio un pequeño grupo de jóvenes sevillanos se fueron arrimando a aquel descampado. Podemos imaginar la escena: cuatro jóvenes ingleses corren tras una pelota, le dan con el pie y hablan entre ellos mientras, por una esquina empiezan a aparecer dos jovencitos sevillanos, luego un par mas, que ven, sorprendidos, aquel ejercicio deportivo tan extraño para ellos. De repente, una pelota se escapa del control de los ingleses y llega a la altura de uno de los sevillanos -¿José Luis Gallego?- que, ni corto ni perezoso, le arrea un puntapié tal y como ha visto que lo hacían aquellos extranjeros.Sus compañeros, riendo, le aplauden, los ingleses le dan las gracias y, seguro, invitan al grupo a participar de su juego. Al principio, aquello es un desmadre; los sevillanos no hacen más que dar patadas al aire, pero –tras varias semanas de aprendizaje-ya se atreven a pedirles partido. Perderán por goleada, seguro, pero se irán satisfechos a casa, dormirán a pierna suelta y ¡quien sabe!, hasta se ven en un futuro derrotando a aquel grupo extranjero. Le van perdiendo el miedo a la pelota y les va entrando la afición por el cuerpo. Aquello ya es imparable. Y junto al pionero José Luis Gallego se encontrarán los hermanos Nicolás y Fermín Zapata, Ángel Leániz, Manuel Jiménez, un vasco llamado Artaza y un madrileño al que, paradojas de la vida, se le conocía como “el sevillano”.

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